Hace unos días que vengo pensando en hacer un estudio sobre dos fenómenos curiosos:
El primero trataría del empleo del móvil mientras el paciente está siendo explorado en el box de urgencias. A priori me atrevería a aventurar una cifra del diez por ciento. Que así, de primeras, puede no parecer muy alta. Pero os aseguro que no dejo de sorprenderme de la puntería que tiene la gente para llamar, o del gran número de veces que se llama. Lo de que los móviles interfieren con los equipos médicos ya no se lo cree nadie; pero tampoco estaría mal un poco de moderación. Recuerdo un día, que durante la consulta sonó el móvil del padre del paciente cuatro veces, una detrás de otra. El padre se limitaba a cortar la llamada (al menos no respondió las cuatro veces). Y me hizo gracia, porque la tercera vez empezó a lanzar improperios contra aquél que no hacía más que llamar. Como ya algunos sabéis fui tardío en eso de la adquisición del móvil, y tal vez entonces no lo sabía, pero ahora he descubierto lo sencillo que es apagarlo.
El segundo estudio trataría sobre el porcentaje de padres que apagan la televisión cuando paso la visita del recién nacido. Ahí sí que no me equivoco si digo que el porcentaje es del uno por ciento, o tal vez menor.
Tal vez sea yo el exagerado. Pero me cuesta entender que desde primera hora de la mañana todas las televisiones estén encendidas. Como si el nacimiento de su hijo no fuera una noticia demasiado importante, que fuera preciso rellenar con el ruido de la "caja tonta". Si el tiempo que dedican a ver (o escuchar) la tele lo emplearan en contemplar a su hijo recién nacido otro gallo cantaría.
Y ya no me meto yo en lo que vean o dejen de ver la televisión; pero cuando entro en la habitación siempre me presento: "buenos días, soy el pediatra y voy a ver al recién nacido..." Pues bien, casi ninguno apaga la televisión. Y ante esto caben dos opciones, pedirles por favor que la apaguen, o seguir como si tal cosa.
A mí me cuesta estar todo el día como policía, diciendo a cada uno lo que tiene que hacer, así que generalmente opto por ver al niño con la tele de fondo. De hecho, me he dado cuenta de que los soplos cardiacos que tienen importancia son aquellos que se escuchan cuando la televisión tiene al menos un volumen de "5".
Y es que pasando el nido (como llamamos al acto de explorar a los recién nacidos) se ve cada cosa... Alguna vez he entrado a una hora prudente (pongamos las once de la mañana) y el padre estaba acostado, con su pijama y su torso desnudo, arropado con su sabanita, en el sofá del acompañante. De modo que cuando yo entro hasta me siento mal, por perturbar su descanso. En esa ocasión el padre me miró con los párpados entreabiertos, molestos por la luz del día, puso cara de no conocerme (como efectivamente así era), se dio media vuelta, e intentó arrancar unos minutos más de sueño a ese día ya algo avanzado.
1 comentario:
Pero el móvil en la consulta te permite hacer “tele-medicina”: en alguna ocasión me ha sucedido, cuando no es la madre la que trae a la criatura, que al hacer la anamnesis me dicen que “él no sabe nada”, que le han dicho que traiga al crío al médico porque tose (o tiene fiebre, o lo que sea), y que la que sabe todo eso que pregunto es la madre; “pero no se preocupe, que yo la llamo al móvil y así habla usted con ella”. Y luego, incontinente, requirió el teléfono, llamó a la madre, me lo pasa, coge la receta, fuese, y no hubo nada (que diría Cervantes).
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