Ayer, después de un mes y una semana, volví a salir a correr. Y me he dado cuenta de que poco os he contado de mi vida deportiva, tan poco como lo que probablemente os interese.
Siempre he sido un gran aficionado a jugar al fútbol. Y dentro de sus variantes en la que mejor me manejo es en la de fútbol sala (que antes llamábamos futbito). Y a mí me ha pasado como al Buitre (salvando las distancias…), que como he jugado mucho en casa aprendí a hacer buenos regates en muy poco espacio físico.
Qué tiempos aquellos en los que después de hacer los deberes (y a veces sustituyendo a la realización de éstos) cerrábamos la puerta y nos echábamos un partidito en la habitación. A veces era un verdadero partido, y otras veces un "gol regate". Nosotros creíamos que teníamos engañados a mis padres, que no sabrían nada de nuestros escarceos deportivos. El problema mayor era cuando disparabas contra la puerta, que retumbaba que no veas. Entonces mi madre nos daba algún "toque".
Reconozco que he pasado muy buenos momentos (nostalgia de la infancia) jugando al fútbol con mis hermanos en casa. Y recuerdo que mis deseos de jugar al fútbol eran tremendos después de ver algún partido que televisaban. Supongo que me pasaba también cuando veía Karate Kid, que luego tenía ganas de hacer la grulla…
Mi mayor chasco deportivo llegó cuando tendría unos catorce años (más o menos, no recuerdo bien). Yo estaba en el equipo de atletismo del colegio. Me habían metido para resistencia. No competía mucho, pero reconozco que mis aptitudes para los trayectos largos no son mi fuerte. Así que mi recuerdo es el de quedar siempre en un puesto mediocre.
Y llegó el día de mi mayor varapalo. Por motivos de necesidad de participación, para obtener más puntos en una competicón, era necesario que alguien saltara pértiga. Así que decidieron que yo era la persona indicada. Y no os negaré que a priori me veía mucho mejor preparado para la pértiga que para la resistencia. El reto: saltar un metro cincuenta. Ahora os entrará la risa, como me está entrando a mí al escribir esto. Un metro cincuenta era menor que el tamaño de la pértiga. Si queréis imaginaros la altura a que corresponde poneos de pie y situad vuestra mano a la altura del cuello. Pues eso (con algunas variaciones, claro).
Tengo que decir, para mi honra, que en los entrenamientos lo logré… Pero llegó el día y yo me lancé corriendo con toda la fuerza de que era capaz para luego resbalar la pértiga sobre el cajetín (o como demonios se llame) y hacer una especie de salto entre grulla y koala. Aguantando el orgullo por dentro. Y así no una vez, ni dos: hasta tres, que gracias a Dios era el máximo. Si fallas tres veces se acaban todas tus oportunidades.
Pero bueno, no todo han sido derrotas. Recuerdo con tremenda emoción cómo conseguimos subir el equipo de fútbol sala de la facultad de Medicina a primera categoría (donde no se hallaba desde hacía mucho tiempo). Fueron los momentos de triunfo.
Y pasan los años y uno se da cuenta de varias cosas: que tengo que ir cambiando lo de "reflexiones de un joven pediatra" y de que uno ya no es lo que era... Aunque os diré, a mucha honra, que en el último año conseguí dos hazañas deportivas: ganamos el campeonato de fútbol sala del colegio de médicos (que con un equipo muy distinto ya había ganado, cuando era un tierno estudiante de medicina, por lo que me hizo una tremenda ilusión) y conseguí mejorar mi "marca" de la "San Silvestre".
1 comentario:
que gracia me ha hecho lo de la pertiga!! no me acordaba!!!
bueno, menos mal que te desquitaste con la San Silvestre y el futbol!!!
Un abrazo
Pedro
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