Ya se acerca el periodo vacacional. Recuerdo hace años -creo que había terminado tercero de carrera- que marchaba de vacaciones con mis padres a La Coruña.
En cuanto me subo en un coche, y más si no voy conduciendo, empieza a entrarme una pesadez en la cabeza y en los párpados que me impide mantenerme erguido. Primero empiezo a cabecear, luego cabeceo con babeo, y finalmente quedo sumido en un sueño simpre acompañado por un ruido blanco, el del motor. Y siempre sudando.
No recuerdo en qué soñaba. Pero antes de "caer" iba pensando en todo lo que iba a hacer: llevaba varios libros para aprender inglés, unos cuantos casetes para lo mismo (de esos de rebobinar con el boli bic...), otros cuantos libros de buena literatura... Ya sumergido en mi caluroso sueño oí un estallido que no he podido olvidar desde entonces. Un golpe seco, como de cartón gigante. Un frenazo. Abro los ojos. Un coche se había estrellado de frente contra un camión.
Como era lo más cercano a médico que había en mi coche mi padres me animaron a salir y ayudar.
Un hombre tendido sobre el arcén abrasador, con el brazo partido, pedía agua.
Poco hice, vi que hablaba, lo cual me pareció buena señal y comprobé que ya había muchas personas junto a él, ayudando.
Tal vez fue un incidente tontorrón. Pero me marcó para siempre. En un segundo vi cómo todos mis proyectos y planes para aprovechar el tiempo podían venirse abajo en décimas de segundo, y me di cuenta de que son realidad muchos de esos tópicos que se dicen en los funerales en el que el "top one" tal vez se lo lleve "no somos nadie".
Desde entonces no he dejado de hacer planes en vacaciones, y me llevo la maleta cargada de proyectos, libros, ilusiones; pero tal vez ahora sea más consciente de que lo único que se necesita para aprovechar unas vacaciones es estar con la familia, quererla, y dejarse querer.
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