El otro día salía de guardia (últimamente cualquier día puedo decir esto) y me llevé, sin quererlo (prometo que no lo robé) el "palito" con el que nos ayudamos para ver la orofaringe a los niños.
No había querido empezar a escribir esta entrada hasta hacer una fotografía al susodicho palito; pero visto que me estaba demorando si al final hago la foto ya la incluiré luego (con lo que tendré que eliminar esta parte del post).
Recuerdo que siendo un tierno estudiante de Medicina, de vez en cuando iba con un compañero (y gran amigo) a hacer "prácticas" con otro gran amigo pediatra (que probablemente influyó en gran medida a que yo me dedicara a esto de la pediatría). Estando en su despacho vimos una caja llena de "palitos". Y acostumbrados como estábamos a la terminología médica, llena de palabros y nomenclatura estrambótica, le preguntamos cuál era el nombre técnico de los "palitos". Fue grande nuestra decepción cuando nos contestó -algo sorprendido, eso sí- que eran "depresores linguales".
Cuando llegué a mi casa para dormir allí estaba, como siempre, mi hijo de tres años, recibiéndome con los brazos abiertos. Entonces caí en que él probablemente nunca había visto un palito, y como queriendo confirmar mis sospechas le pregunté: ¿qué es esto? A lo que respondió con franqueza y sencillez: "no lo sé". Y reconozco que me dio mucha alegría.
Ser pediatra tiene una gran ventaja, y es que he ahorrado mucho tiempo de mi vida al no tener que acudir con tanta frecuencia al pediatra. Recuerdo a una madre que le "eché una bronca" cuando al ver el historial de su hijo de un año, sin ninguna enfermedad de base, vi que había acudido 100 veces al centro de salud. Y aunque gracias a Dios nadie lleva a su hijo al pediatra tal ingente cantidad de veces, si uno se pone a sumar horas perdidas en pedir cita, acudir a la cita, esperar ser visto de esa cita y vuelta a empezar, le saldrían -supongo- una buena cantidad de horas, que yo puedo dedicar a otras cosas, como por ejemplo a escribir un blog.
Y no digo que los pediatras no tengan que ir al pediatra. Como todos sabemos nadie es buen consejero propio. De hecho hace mucho pedí cambio de pediatra porque el mío no me gustaba (es una vieja historia que tal vez algún día contaré). Pero los problemas que han tenido mis hijos han sido banales. Y siempre se han resuelto con un poco de paciencia, sentido común y alguna pizca de ibuprofeno.
Y cuando hecho cuentas mis hijos suman en total unos 5700 días de vida. Y salvo una, que recibió tratamiento con Ampicilina y Gentamicina en el periodo neonatal por una sepsis precoz, no he necesitado utilizar ningún antibiótico hasta la fecha.
Y tampoco me parece eso muy común. Y cuando uno se pregunta por las causas, descubre que uno de los motivos me lo dio el otro día mi hijo de tres años, que no sabía lo que era un palito. Y es que, en general, nunca los exploro. Ni siquiera los llevo al pediatra a que los explore. Y es que está claro que el riesgo de recibir antibiótico es proporcional al número de veces que uno acude al pediatra.
3 comentarios:
O quizás que "en casa de herrero..." jejeje
creo que la ventaja de ser pediatra es que uno ya sabe cuándo es algo serio y cuándo es una pavadita...
Y si, la mayor parte de las veces las mamás nos alarmamos por tonteras... pero es que no sabemos!!
Menos mal que los tenemos a ustedes y a la gran paciencia que tienen muchos que aman su profesión, sino... no sé qué haríamos!
uy pues yo soy tan al contrario de esa mujer, sera para compensar? y es que, bueno mi hijo tampoco se ha puesto malo muchas veces, pero lo unico que ha tenido son mocos, principios de bronquitis,y cuando he ido la ultima vez al pediatra, casi le digo yo el diagnostico pero por respeto y por si acaso espere a que le mirara bien.
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