El otro día unos padres dudaban sobre la necesidad de vacunar a su hijo recién nacido de la hepatitis B. Después de algunos argumentos sobre la eficacia de la vacuna, con un claro balance a favor del beneficio contra el riesgo, y sobre lo infundado de algunos temores acerca de posibles efectos secundarios en los que a fecha de hoy no se ha demostrado la causalidad, los padres accedieron a vacunar a su hijo.
Estuve un buen rato hablando con ellos. Hay una forma más rápida de convencerlos pero sería mentira. Una frase sencilla como: "si quieren me acompañan a neonatología, hay un niño grave con una hepatitis fulminante, porque sus padres no quisieron vacunarle".
Sí, soy un burro. Lo siento. Sólo era una reflexión sobre el poder (más en nuestros días) del argumento afectivo contra el argumento racional. También lo digo porque me ayuda a entender el miedo de algunos padres porque conocieron el efecto adverso del primo de un amigo de un vecino de la abuela, que ha quedado "tocado" para siempre.
2 comentarios:
Gonzalo... Por una vez discrepo....
Yo soy partidaria de que sea el paciente, con toda la información en la mano, el que tome la decisión.
En mi caso, "el primo del amigo del vecino", es mi sobrino, el hijo de mi hermana. Encefalitis probablemente secundaria a triple vírica a los 15 meses... Y retardo psicomotor de por vida. No he dejado de vacunar a mi hijo por ello, pero conozco todos los pros y los contras y en base a ello he decidido lo que creo que es mejor. Vale, a lo mejor no cuenta el hecho de que yo también sea médico... Pero no comulgo con la concepción paternalista de la Medicina. Creo en la autonomía del paciente veraz y debidamente informado... Y he comprobado que la mayor parte de las veces, los pacientes deciden lo "correcto".
Un abrazo.
Elimary. Tu argumento me ha convencido. Y estoy de acuerdo: gracias.
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