sábado, enero 26, 2008

Cambiando el titular

Reconozco que en un arrebato de vanidad he ido a visitar mi blog. Y leer lo de Feliz Navidad me ha sonado tan raro que me he dicho: tengo que escribir algo, aunque sea una tontería -casi todas la son- para cambiar este titular. Aunque luego he pensado que es mejor prolongar la Navidad, que no adelantarse dos meses a ella, como hace El Corte Inglés. Y perdón por alusiones tan concretas, y no querría yo hundir a El Corte Inglés en la miseria por culpa de mi blog, porque los trabajadores necesitan un sueldo con el que alimentar a sus hijos. Pero voy a aprovechar para contaros uno de mis "problemillas", que tal vez alguien me resolviera si me fuera a un diván y expresara todo lo que me sugiere El Corte Inglés (a partir de ahora ECI, para abreviar).
El caso es que a mí antes me daba un poco igual, pasaba por delante de sus edificios, los veía sin admiración aunque sin desprecio; pero de un tiempo a esta parte tengo serios problemas sólo por el hecho de estar cerca de su territorio, que por cierto cada vez es más amplio.
Todo empezó cuando me eché novia, y no querría echarle yo la culpa a la que fue mi novia, y ahora es mi mujer. Pero creo que ella tenía cierta atracción a pasear por sus pisos (sé que debería decir plantas). Y no os creáis que exagero, pero cuando ahora entro en sus fauces (las de ECI, no las de mi mujer) siento el sopor de la mezcla de colonias y perfumes que las azafatas, que eso me parecen, desprenden con su continuo movimiento de abanico tras perfumar unas barritas finas de cartón que te meten, en cuanto te descuidas, hasta la pituitaria. Yo empiezo a sudar, tengo ganas de gritar, quiero salir corriendo de allí, pero poco a poco, entre el olor, el ir y venir de las gentes, y el "dindondin" de la megafonía que anuncia las maravillas que se ofrecen en tal o cual planta, voy quedando en un estado de estupor que me impide huir. Miro al frente, trato de seguir a mi mujer, tal vez devuelvo con sonrisas las miles de sonrisas que recibo de unos vendedores sedientos de mi cartera; y sólo unos minutos después de salir de allí empiezo a recobrar la consciencia.
Sé que soy un desalmado. Debería estarles muy agradecido: son los primeros en felicitarme por mi cumpleaños, aunque lo hagan una semana antes, con una carta fría y una firma mal serigrafiada del que, creo, es su director.
En fin, no he aportado nada a la ciencia, pero he conseguido cambiar el titular.
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