domingo, abril 20, 2008

Constrastes

Tras una anamnesis detallada y una cuidadosa exploración aquel dolor abdominal con fiebre asociada me parecía todo menos una apendicitis. Así se lo conté a los padres, pero no estaban satisfechos. Una conocida de ellos empezó igual que su hija y se murió de una peritonitis en unas horas.
Yo ante casos como éste no me empeño en tener la razón, sino que explico a los padres lo que me parece razonable y lo que no. Así que acordamos realizar una ecografía abdominal. Como ésta tampoco nos sacó de dudas decidí realizar un análisis de sangre (la ausencia de leucocitosis haría poco probable una apendicitis).
Y hasta ahí llegamos. La enfermera intentó hacer el análisis, y apenas había contactado la aguja con el antebrazo de la niña el padre se enfureció, empezó a gritar como un energúmeno, dijo que ya sabía que pagaría la novatada, que la enfermera no estaba metiendo la aguja en la dirección correcta, amenazó con pegar un puñetazo a la enfermera, y dijo que para eso se iba a otro hospital. Yo entonces aproveché la coyuntura y le invité a irse, efectivamente, a otro hospital. En estos casos ganas no te faltan de mandarlo a otro sitio. Le hice firmar el alta voluntaria y se fue, dejándonos el mal sabor de boca que queda cuando ves a un ser humano cometer un acto malo.
El siguiente paciente era un niño de apenas un mes. Los padres jóvenes, educados. Traían al niño porque le veían amarillo. Se leía en sus ojos que sabían que por eso no deberían ir a urgencias; pero en un momento dado se habían agobiado. Así me lo explicaron ellos mismos. Tras la anamnesis (poco sugerente de ninguna patología grave) decidí pedir una bilirrubina total y directa. La enfermera realizó el análisis sin incidencias. Todo indicaba que se trataba de una ictericia por lactancia materna o síndrome de Arias. Así se lo conté y se fueron: tranquilos y agradecidos.
Pensad vosotros quién durmió bien aquella noche. Lástima que alguien durmió mal, sin merecerlo.

miércoles, abril 02, 2008

Disfrutando de la Pediatría

Creo que no es justo que después de una mala época no me haya parado un rato a escribir lo bien que estoy. Tal vez forma parte de la tendencia del ser humano (o tal vez sea sólo una tendencia mía) a quejarnos cuando corren malos tiempos. Ya alguna vez hablé del efecto devastador de la queja.
En este tiempo de cambio profesional he releído un libro que hace mucho me recomendaron y que en su día leí: Quién se ha llevado mi queso. Sé que debería subrayar el título, lo que no tengo tan claro es si tengo que poner más palabras del título en mayúsculas, pero lo de subrayar no lo encuentro. Si queréis puedo escribir en color, porque veo que en la parte de arriba hay una T con colorines, pero no encuentro ningún signo para subrayar. Se me ocurre una posibilidad, que es escribir en Word, subrayar, copiar y pegar. Así que lo voy a intentar...
Quién se ha llevado mi queso, ya veis, todo un éxito, lo que pasa que ahora no sé si voy a poder quitar el subrayado....
Ha sido más fácil de lo que me esperaba. Aunque he tenido que volver a utilizar la artimaña de copiar y pegar, porque no había forma de deshacerme del subrayado.
Bueno, el caso es que es un libro breve y muy interesante. No dice grandes cosas (o tal vez diga grandes cosas de una forma sencilla), y una de ellas es que hay que oler el queso, y cuando el queso está rancio lo que hay que hacer es ponerse en marcha y buscar un queso nuevo.
Yo reconozco que he tenido suerte, y lo he encontrado sin mucha dificultad. Y me parecen muy lejanos aquellos lunes de 65 pacientes en los que volvía a casa a las 21:30 de la noche, con el ánimo regular y sin mucha sensación de satisfacción laboral.
Pues bien, como ahora corren buenos tiempos tengo que estar agradecido. Estoy disfrutando con la Medicina como hacía mucho que no lo hacía. Y se lo tengo que agradecer a mucha gente, pero entre ellos a mis compañeros del hospital en el que estoy: gente fabulosa todos ellos.
El queso de la Pediatría de Atención Primaria en turno de tarde está rancio, muy rancio. Y no basta con quejarse. Creo que hasta que el queso cambie hay que buscar otro. Y con esto no pretendo una estampida de pediatras de primaria (bueno, de médicos de familia haciendo pediatría, que es lo que cada vez se estila más), pero me deprime seguir leyendo de vez en cuando el foro de pediatras de Atención Primaria y leer a diario las quejas de mis compañeros, desesperados, pero no parece que muy dispuestos a buscar otro queso. Y es que hay un problema, que cuando estás dentro no te das cuenta de que tal vez no sea tan difícil estar en un sitio mejor.
A fecha de hoy no volvería ni loco a una consulta de pediatría de tarde. Antes montaba una clínica privada. La Seguridad Social no se sostiene, y como ya he comentado en alguna ocasión, habrá que reconocer la parte de culpa que médicos y pacientes tenemos en ello.
Me estoy enrollando y no estoy contando muchas cosas que quería deciros. Pero, al menos a mí me pasa, cuando veo una entrada muy larga en un blog me cuesta más empezar a leerla, así que aquí lo dejo.
Por último os pongo aquí esta foto. Me la hizo mi hermano el otro día. Os lo tendréis que creer, pero uno de los que está ahí subido soy yo. Fue una experiencia formidable, acorde con mi estado de ánimo actual, lleno de ilusión.
La noche anterior sólo pensaba que aterrizaría sobre un pinar, y que una rama me atravesaría desde el bazo hasta el psoas. Como os podéis imaginar finalmente no fue así.

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