martes, febrero 23, 2010

El deporte no puede ser bueno

Hace poco os hablaba de mis "hazañas deportivas". El otro día me preguntó mi hermano (uno que tengo muy deportista, que si pones su nombre en google aparece en las mil carreras que corre, y siempre en los primeros puestos) que si seguía haciendo algo de ejercicio (fue quien me hizo el programa de entrenamiento para la San Silvestre, y gracias a él conseguí hacer los cuarenta y cinco minutos y pico). Yo le contesté que poco, que un partido de fútbol a la semana, si llega. Y él me dijo que tenía que ir a correr, que lo de un partido a la semana sólo sirve para lesionarse.
Pues bien, rondaban sus palabras en mi mente y pensaba que tal vez tuviera razón. Porque es cierto que tras muchos partidos salgo con una molestia aquí, otra molestia allá. Poca cosa, pero sufieciente para considerar las sabias palabras de mi hermano, el deportista.
Y hete aquí  (espero que otro hermano que tengo, filólogo, escriba un comentario sobre "hete", para decirme si es un enclítico, si está correctamente empleado, si debería haber escrito he aquí...) que hace tres días estaba jugando al fútbol, y en el calentamiento tropiezo y ¡cataplás! me golpeo en toda la cara contra un banco muy mal puesto (la verdad sea dicha). El impacto fue importante (de hecho no tuve tiempo ni de poner las manos para protegerme del golpe), y nada más golpearme vinieron a mi mente dos cosas: Dios mío, que no pierda el conocimiento (ya me ha pasado alguna vez, y la gente se sobresalta mucho); y la otra cosa fue echarme la mano a la cara para comprobar que no había sangre. Entonces me levanté como si nada, con una medio sonrisa de imbécil, y me dispuse a seguir jugando como si no hubiera pasado nada. Pero entonces es cuando me percaté de que mi cara reflejaba alguna secuela del golpe, ya que empezó a acercarse gente hacia mí preguntándome qué tal me encontraba, y en sus rostros pude leer cierta cara de horror sobre lo que me había ocurrido. Entonces no tuve más remedio que acercarme a los vestuarios, y efectivamente comprobé que me había dado una buena chufa. Pero con un poco de hielo me repuse y pude jugar el partido.
Una de las peores cosas del golpe ha sido el tener que dar mil y una explicaciones de lo que me había pasado. Al día siguiente tenía guardia, y ya os podéis imaginar el "cachondeíto" de mis compañeros.
Cuando directamente les contestaba que me había peleado ponían cara de incredulidad (aunque en el fondo es lo que más de uno estaba deseando que contestara) y me decían: "venga, no te pega..." Lo cual uno nunca sabe si tomárselo a bien (¿acaso tengo yo tanta pinta de nenaza...?)
Luego estaban los sedentarios, que te dicen: "si es que el deporte no puede ser bueno..." A los que me dan ganas de responder: "yo tendré así la cara, pero si tú vieras cómo tienes las arterias..."
Y luego están los ofensivos, los que no tienen ningún pudor en lesionarte, internamente: "si es que a tu edad hay que ir pensando en retirarse..."
Lo cierto es que poco me ha pasado para lo que podía haber sido. Y en el fondo estoy muy agradecido por las numerosas muestras de preocupación que he recibido estos días. Y además, ahora ya no tendré que volver a contar la historia a nadie, les remitiré a mi blog, donde incluyo la foto de la chufa a los tres días. El color amarillento no corresponde a Betadine, por desgracia, supongo que se debe a la bilirrubina proveniente de las transformación del grupo hemo de los hematíes extravasados...

jueves, febrero 11, 2010

Un pediatro comprometido

Hoy me ha llegado un mail de esos que borro en cuanto leo dos líneas.
Pero como llevaba tiempo pensando dedicar una entrada al tema, y como sé que no sería capaz de hacerlo tan bien, os lo copio, que me parece brillante.
Espero que la autora no me cobre los derechos:

CONTRA LA TONTUNA LINGÜÍSTICA, UN POCO DE GRAMÁTICA BIEN EXPLICADA

Yo no soy víctima de la LOGSE. Tengo 48 años y he tenido la suerte de estudiar bajo unos planes educativos buenos, que primaban el esfuerzo y la formación de los alumnos por encima de las estadísticas de aprobados y dela propaganda política. En párvulos (así se llamaba entonces lo que hoy es "educación infantil", mire usted) empecé a estudiar con una cartilla que todavía recuerdo perfectamente: la A de "araña", la E de "elefante", la I de "iglesia" la O de "ojo" y la U de "uña". Luego, cuando eras un poco más mayor, llegaba "El Parvulito", un librito con poco más de 100 páginas y un montón de lecturas, no como ahora, que pagas por tres tomos llenos de dibujos que apenas traen texto. Eso sí, en el Parvulito, no había que colorear ninguna página, que para eso teníamos cuadernos.

En EGB estudiábamos Lengua Española, Matemáticas (las llamábamos "tracas" o "matracas") Ciencias Naturales, Ciencias Sociales, Plástica (dibujo y trabajos manuales), Religión y Educación Física. En 8º de EGB, si en un examen tenías una falta de ortografía del tipo de "b en vez de v" o cinco faltas de acentos, te suspendían.

En BUP, aunque yo era de Ciencias, estudié Historia de España (en 1º), Latín y Literatura (en 2º) y Filosofía (en 3º y en COU). Todavía me acuerdo de las declinaciones (la 1ª.: rosa, rosa, rosa, rosae, rosae, rosa en el singular; -ae, -ae, -as, -arum, -is, -is, en el plural; la segunda;-us, -e, -um, -i, -o, -o, en el singular; -i, -i -os, -orum, -is, -is, en el plural; no sigo que os aburro), de los verbos (poto, potas, potare, potabi, potatum, el verbo beber), de algunas traducciones ("lupus et agni in fluvi ripa aqua potaban; superior erat lupus longeque agni": el lobo y elcordero bebían agua en el río; el lobo estaba arriba, lejos del cordero; "mihi amiticia cum domino erat": yo era amigo del señor).

Leí El Quijote y el Lazarillo de Tormes; leí las "Coplas a la Muerte de su Padre" de Jorge Manrique, a Garcilaso, a Góngora, a Lope de Vega o a Espronceda...

Pero, sobre todo, aprendí a hablar y a escribir con corrección. Aprendí a amar nuestra lengua, nuestra historia y nuestra cultura. Aprendí que se dice "Presidente" y no Presidenta, aunque sea una mujer la que desempeñe el cargo.

Y... vamos con la Gramática.

En castellano existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales. El participio activo del verbo atacar es "atacante"; el de salir es "saliente"; el de cantar es "cantante" y el de existir, "existente". ¿Cuál es el del verbo ser? Es "el ente", que significa "el que tiene entidad", en definitiva "el que es". Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación "-nte".

Así, al que preside, se le llama "presidente" y nunca "presidenta", independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción.

De manera análoga, se dice "capilla ardiente", no "ardienta"; se dice "estudiante", no "estudianta"; se dice "independiente" y no "independienta"; "paciente", no “pacienta"; "dirigente", no dirigenta"; "residente", o "residenta”.

Y ahora, la pregunta del millón: nuestros políticos y muchos periodistas (hombres y mujeres, que los hombres que ejercen el periodismo no son "periodistos"), ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española? Creo que por las dos razones. Es más, creo que la ignorancia les lleva a aplicar patrones ideológicos y la misma aplicación automática de esos patrones ideológicos los hace más ignorantes (a ellos y a sus seguidores).

No me gustan las cadenas de correos electrónicos (suelo eliminarlas) pero, por una vez, os propongo que paséis el mensaje a vuestros amigos y conocidos, en la esperanza de que llegue finalmente a esos ignorantes semovientes (no "ignorantas semovientas", aunque ocupen carteras ministeriales).

Lamento haber aguado la fiesta a un grupo de hombres que se habían asociado en defensa del género y que habían firmado un manifiesto.. Algunos de los firmantes eran: el dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el golfisto, el arreglisto, el funambulisto, el proyectisto, el turisto, el contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el violinisto, el taxidermisto, el telefonisto, el masajisto, el gasisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y, sobre todo, ¡el machisto!

SI ESTE ASUNTO NO TE "DA IGUAL", PÁSALO POR AHÍ, A VER SI LE TERMINA LLEGANDO A LA MINISTRA DE "IGUAL-DA".

miércoles, febrero 10, 2010

Hazañas deportivas

Ayer, después de un mes y una semana, volví a salir a correr. Y me he dado cuenta de que poco os he contado de mi vida deportiva, tan poco como lo que probablemente os interese.

Siempre he sido un gran aficionado a jugar al fútbol. Y dentro de sus variantes en la que mejor me manejo es en la de fútbol sala (que antes llamábamos futbito). Y a mí me ha pasado como al Buitre (salvando las distancias…), que como he jugado mucho en casa aprendí a hacer buenos regates en muy poco espacio físico.

Qué tiempos aquellos en los que después de hacer los deberes (y a veces sustituyendo a la realización de éstos) cerrábamos la puerta y nos echábamos un partidito en la habitación. A veces era un verdadero partido, y otras veces un "gol regate". Nosotros creíamos que teníamos engañados a mis padres, que no sabrían nada de nuestros escarceos deportivos. El problema mayor era cuando disparabas contra la puerta, que retumbaba que no veas. Entonces mi madre nos daba algún "toque".

Reconozco que he pasado muy buenos momentos (nostalgia de la infancia) jugando al fútbol con mis hermanos en casa. Y recuerdo que mis deseos de jugar al fútbol eran tremendos después de ver algún partido que televisaban. Supongo que me pasaba también cuando veía Karate Kid, que luego tenía ganas de hacer la grulla…

Mi mayor chasco deportivo llegó cuando tendría unos catorce años (más o menos, no recuerdo bien). Yo estaba en el equipo de atletismo del colegio. Me habían metido para resistencia. No competía mucho, pero reconozco que mis aptitudes para los trayectos largos no son mi fuerte. Así que mi recuerdo es el de quedar siempre en un puesto mediocre.

Y llegó el día de mi mayor varapalo. Por motivos de necesidad de participación, para obtener más puntos en una competicón, era necesario que alguien saltara pértiga. Así que decidieron que yo era la persona indicada. Y no os negaré que a priori me veía mucho mejor preparado para la pértiga que para la resistencia. El reto: saltar un metro cincuenta. Ahora os entrará la risa, como me está entrando a mí al escribir esto. Un metro cincuenta era menor que el tamaño de la pértiga. Si queréis imaginaros la altura a que corresponde poneos de pie y situad vuestra mano a la altura del cuello. Pues eso (con algunas variaciones, claro).

Tengo que decir, para mi honra, que en los entrenamientos lo logré… Pero llegó el día y yo me lancé corriendo con toda la fuerza de que era capaz para luego resbalar la pértiga sobre el cajetín (o como demonios se llame) y hacer una especie de salto entre grulla y koala. Aguantando el orgullo por dentro. Y así no una vez, ni dos: hasta tres, que gracias a Dios era el máximo. Si fallas tres veces se acaban todas tus oportunidades.

Pero bueno, no todo han sido derrotas. Recuerdo con tremenda emoción cómo conseguimos subir el equipo de fútbol sala de la facultad de Medicina a primera categoría (donde no se hallaba desde hacía mucho tiempo). Fueron los momentos de triunfo.

Y pasan los años y uno se da cuenta de varias cosas: que tengo que ir cambiando lo de "reflexiones de un joven pediatra" y de que uno ya no es lo que era... Aunque os diré, a mucha honra, que en el último año conseguí dos hazañas deportivas: ganamos el campeonato de fútbol sala del colegio de médicos (que con un equipo muy distinto ya había ganado, cuando era un tierno estudiante de medicina, por lo que me hizo una tremenda ilusión) y conseguí mejorar mi "marca" de la "San Silvestre".

jueves, febrero 04, 2010

El estudio que no haré

Hace unos días que vengo pensando en hacer un estudio sobre dos fenómenos curiosos:
El primero trataría del empleo del móvil mientras el paciente está siendo explorado en el box de urgencias. A priori me atrevería a aventurar una cifra del diez por ciento. Que así, de primeras, puede no parecer muy alta. Pero os aseguro que no dejo de sorprenderme de la puntería que tiene la gente para llamar, o del gran número de veces que se llama. Lo de que los móviles interfieren con los equipos médicos ya no se lo cree nadie; pero tampoco estaría mal un poco de moderación. Recuerdo un día, que durante la consulta sonó el móvil del padre del paciente cuatro veces, una detrás de otra. El padre se limitaba a cortar la llamada (al menos no respondió las cuatro veces). Y me hizo gracia, porque la tercera vez empezó a lanzar improperios contra aquél que no hacía más que llamar. Como ya algunos sabéis fui tardío en eso de la adquisición del móvil, y tal vez entonces no lo sabía, pero ahora he descubierto lo sencillo que es apagarlo.
El segundo estudio trataría sobre el porcentaje de padres que apagan la televisión cuando paso la visita del recién nacido. Ahí sí que no me equivoco si digo que el porcentaje es del uno por ciento, o tal vez menor.
Tal vez sea yo el exagerado. Pero me cuesta entender que desde primera hora de la mañana todas las televisiones estén encendidas. Como si el nacimiento de su hijo no fuera una noticia demasiado importante, que fuera preciso rellenar con el ruido de la "caja tonta". Si el tiempo que dedican a ver (o escuchar) la tele lo emplearan en contemplar a su hijo recién nacido otro gallo cantaría.
Y ya no me meto yo en lo que vean o dejen de ver la televisión; pero cuando entro en la habitación siempre me presento: "buenos días, soy el pediatra y voy a ver al recién nacido..." Pues bien, casi ninguno apaga la televisión. Y ante esto caben dos opciones, pedirles por favor que la apaguen, o seguir como si tal cosa.
A mí me cuesta estar todo el día como policía, diciendo a cada uno lo que tiene que hacer, así que generalmente opto por ver al niño con la tele de fondo. De hecho, me he dado cuenta de que los soplos cardiacos que tienen importancia son aquellos que se escuchan cuando la televisión tiene al menos un volumen de "5".
Y es que pasando el nido (como llamamos al acto de explorar a los recién nacidos) se ve cada cosa... Alguna vez he entrado a una hora prudente (pongamos las once de la mañana) y el padre estaba acostado, con su pijama y su torso desnudo, arropado con su sabanita, en el sofá del acompañante. De modo que cuando yo entro hasta me siento mal, por perturbar su descanso. En esa ocasión el padre me miró con los párpados entreabiertos, molestos por la luz del día, puso cara de no conocerme (como efectivamente así era), se dio media vuelta, e intentó arrancar unos minutos más de sueño a ese día ya algo avanzado.
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